Al Ton del Son

miércoles, 30 de noviembre de 2011

El malabarista

Hector era malabarista. El no vivía en la calle, osea tenia una cama y un techo, pero le encantaba, era su lugar. Su vida era la calle, pedalear la calle. En realidad tampoco era malabarista, sino que aprendió una tarde viendo a un flaco en un semáforo. Tecuento como fué.
Era una tarde en pleno verano cuando Hector en su bicicleta playera (que en realidad no era de él), y como era su costumbre iba mirando las nubes como se movían y fluían, se llevó puesto con la puerta de un auto que se había abierto de repente. Hector -y todavia mirando las nubes- escuchaba de fondo las quejas del tipo encabronado. Para colmo cayó desparramado en el medio de la calle, asique imaginate vos, a Hector sentado al lado de la bici (hecha pelota) mirando las nubes, y el tipo encabronado saltando al lado que se acordaba hasta de la bisabuela de Hector, mientras los de atrás puteaban y tocaban bocina  debido al tránsito cortado. En eso, un malabarista que estaba esperando que cambie el semáforo para arrancar con su acto, vio el FLOR de quilombo que habia hecho Hector. Sin perder tiempo el malabarista salió corriendo y se puso a hacer malabares alrededor de él y del conductor encabronado. Para el malabarista significó el semáforo mas largo de su vida.

Así pasaron FÁCIL quince minutos, que entre puteadas y pelotas de colores, Hector -hipnotizado- aprendió a hacer malabares.
Y es que no necesitó nada mas. Ni bien saco la mirada de las nubes y vio al malabarista corriendo a su alrededor agitando pelotas de colores por el aire, se dio cuenta de que esas serian sus nubes, y de que el las podía mover y hacer fluir a su antojo, cual nubes fugitivas en formas continuas.

Y así Hector, con sus malabares estuvo mas cerca del cielo azul de lo que antes pudo pedalear.