Al Ton del Son

lunes, 19 de marzo de 2012

Amores que matan nunca mueren

Prendió la luz y un olor a polvo inundó sus pulmones. Como no llegaba a pararse tuvo que ir arrodillada para encontrar la caja que estaba buscando. Después de mucho revolver y acomodar, encontró la caja que buscaba. Un vieja caja de galletitas en la que guardaba algunos de sus mejores recuerdos. Para poder alcanzarla tuvo que correr un par de lamparas oxidadas y un perchero de madera tallado que había heredado de una abuela.
Sentada en el entrepiso se hizo espacio y vació el contenido de la caja en frente a ella. Sus ojos no sabían en que recuerdo descansar ya que frente a ella tenia cientos de fotos, postales y cartas, dibujos y collares, cassettes y llaves. Agarró un cuaderno y se encontró con que era uno de sus viejos cuadernos de comunicaciones del jardín. Cerró los ojos y como si fuese un juego recorrió cada uno de aquellos recuerdos. En un momento frenó y agarró con las puntas de los dedos dos fotos. Reconoció una de ellas al instante. Era una foto de ella cuando tenía dos años sentada en la playa de espaldas a la cámara mirando hacia el mar. Tenía una malla enteriza y el pelo que apenas le llegaba a los hombros, se le arremolinaba por la brisa. Hacía años que no veía esa foto, y sin embargo casi pudo revivir el ruido de las olas rompiendo en la escollera y el olor a mar que de seguro inundaría la playa aquella mañana.
La otra foto no la conocía o por lo menos no la podía recordar, era una pareja sentada en la arena en una playa. También estaban sentados de espalda a la cámara y mirando el atardecer. Él sobre la izquierda estaba con un sombrero de paja y tenía las manos apoyadas sobre la arena. Ella, tenia su mano izquierda sobre la de él y la otra sobre su cabeza sosteniendo su pelo, acomodándolo detrás de la oreja. Recién ahí, se dio cuenta de que aquella mujer tenía puesta una malla enteriza roja, igual que ella en la foto anterior.
Bajó la foto un minuto y levantó la mirada hacia la pared repleta de recuerdos que tenía frente a ella. Algo en ella quería despertar, pero no sabía qué. Miró la foto otra vez y el corazón le apretó en el pecho, tanto que sentía que se hinchaba en cada respiración.
Guardó las fotos, las llaves, las cartas y todo lo demás en la caja. Puso las lamparas y el perchero de nuevo arriba de la caja y bajó las escaleras.
Se preparó un café, batido como a ella le gustaban y se sentó en la reposera frente a la puerta de su casa.

Del auto se bajó un hombre de ojotas y de malla, claramente preparado para la ocasión. Se acercó a la mujer con una heladerita en la mano.

-Vamos a la playa mi amor?

La mujer guardó la reposera en el baúl del auto. Y así la mujer de la malla enteriza roja y el señor del sombrero de paja, salieron rumbo a la playa a sentarse a mirar el atardecer.

A M. D. Tinto

martes, 13 de marzo de 2012

Chocolatín

"Nunca mas voy a amar" se dijo mientras cruzaba la calle hacia el kiosco de la esquina. El mismo kiosco al que iba a comprar desde que tenia memoria. El mismo al que iba a comprar chocolatines con monedas de 25.
"Ya me hicieron sufrir una vez" refunfuñó mientras cruzaba la calle pero en sentido contrario encarando al portón de su casa. Se sentó en el escalón de la puerta de su casa y ahi se quedó mirando un limonero que se alzaba por entre el fondo de una vieja casa abandonada. La misma casa en la cual había jugado a la escondida por primera vez.
"Son todas iguales" dijo entre dientes mientras se terminaba el pucho y lo apagaba con el saliente del escalón de mármol blanco. Pasó una señora y lo miró con cara de "jóvenes eran los de antes"
"Nunca voy a encontrar una chica como..." y casi se ahoga al apurarse para tragarse sus palabras y alcanzar a silbarle a la chica que acababa de pasar y se metía en la casa de al lado.
Cruzó la calle, entró al kiosco, compró un chocolatín, salió, cruzó y se sentó en el escalón.
Esperó.