Al Ton del Son

martes, 24 de agosto de 2010

Comisura indecisa...

Trastabillando vuelve el hombre de la entrada. Casi sin poder, se postra frente al cuadro, y piensa. Piensa que, hace mucho ya, fue el niño de esa fotografía prácticamente borrada en años, casi transparente a la memoria. Con un gran suspiro y enderesando su joroba -acumulada en vicios vacíos- se encaminó a hacia su habitación (ó lo que quedaba de esas -casi- cuatro paredes). Miró esas sabanas -en otras épocas blancas- bailar al ritmo de la brisa que soplaba por entre la ventana que se encontraba entreabierta. Miró también como en el piso las sombras se revolcaban de hastío ante la poca luz que asomaba por la persiana, que no sabía si estaba media abierta, o a esa altura de su vida media cerrada. Del techo -y casi sin peso- colgado un foco de luz que despertaba de manera intermitente, brindando fugases resplandores en una esquina para deleite de las sombras, quienes recobraban -al menos por un momento- la fuerza que les había sido arrebatada. Las comisuras en los labios del hombre denotaban una mueca o bien de felicidad, o bien de dolor. Era tan sutil que resultaba prácticamente imposible de decir.
Sobre su cama quedo una invisible pero todavía presente silueta, ocupando el lugar que hasta hacía unos momentos atrás ocupase una mujer. Esa mujer, olvidada ya, le había dado hacía unos instantes un cable a tierra, un cable a ESTA tierra. Luego de amarse indefectiblemente se miraron, por primera vez se reconocían uno al otro. Recién luego de ser uno los dos, supieron quien era el otro, pero lo que no sabían era quienes eran ellos mismos. Poseían luego, de un enorme poder, pero no lo compartieron. El la acompañó hasta la puerta con la mirada ausente, ella lo siguió detrás con su vestido puesto al revés.

Se saludaron.

La puerta se cerró. Se olvidaron. El poder desapareció, pues ya no sabían quien era el otro, y perdieron así la oportunidad de saber quienes eran ellos.





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